Gastronomía y turismofobia

Publicado el 22.08.2017


No para de sonar la palabra “turismofobia” asociada a Barcelona y otras ciudades de España, término que enmascara problemas reales en el que se juegan cuestiones como la asfixia de la población local. La gastronomía es una pieza clave en el campo del turismo, pero ¿es también responsable del desmadre turístico?

Turismo gastronómico en Barcelona /Foto Godo Chillida para Los Foodistas©

Tiendas gourmet, restaurantes de todo tipo, bares y gastrobares, rutas de tapas, visitas a bodegas, almazaras y productores de jamón, catas de vinos y clases de cocina (para aprender a preparar ‘paela’), son algunos de las nuevas rutas para turistas que vienen en busca de lo “típico” y “tradicional”. A ello se suma que España tiene más de 160 restaurantes con estrella Michelin, unos cuantos de ellos también están entre los 50 mejores del mundo. El aumento de la cantidad de turistas que visitan el país atraídos por la gastronomía es una realidad. La comida y bebida son un valor añadido a la hora de decidir vacaciones o escapadas que, de acuerdo a las últimas encuestas, no para de crecer.

Según un estudio reciente, la hostelería supone casi un 8% del PIB de España y genera 1,6 millones puestos de trabajo. La cifra de 700.000 establecimientos hosteleros a lo largo del territorio español, no es nada desdeñable y habla a las claras de la importancia que tiene la gastronomía en una economía local asentada en el sector de servicios. A esto también hay que sumarle las cifras globales, relacionadas con el crecimiento exponencial del turismo a partir de 1950 (con unos 25 millones de turistas al año). Para este año Organización Mundial del Turismo (OMT) cree que habrán1.250 millones de personas, viajando por todo el mundo. A ello habría que sumarle unas 6000 más que corresponden a los movimientos internos, sólo de España.

La oferta gastronómica pensada para los turistas de España, es poco respetuosa con la cultura local/Foto Godo Chillida para Los Foodistas©

Las cifras frías pueden dar ecuaciones falsas. Por una parte mucha gente moviéndose por el mundo gastando dinero (lo cual podría parecer bueno), pero por otra cabe preguntarse si ese crecimiento económico es inclusivo y sostenible. Pensemos en Barcelona, la ciudad que está en el candelero porque en sus calles se leen frases tales como: “Vosotros, turistas, sois los terroristas” o “Tourist go home”, gestos que han decidido etiquetarlos (o estigmatizarlos) como «turismofoboia» . Actualmente en Barcelona hay unos 30 millones de visitantes (casi el 10% son internacionales), aunque teniendo en cuenta la progresión y las previsiones de la OMT, en poco tiempo podría llegar a duplicarse.

Los datos indican que el turismo gastronómico es uno de los principales atractivos de Barcelona. Este tipo de turismo busca conocer de cerca la cultura local o regional del país. Hasta aquí nada que objetar: una manera interesante de poner en valor y promover los usos y costumbres culinarias, pero la maquinaria de la industria turística desenfrenada nos conduce a una ‘macdonalización’ de la gastronomía. El exceso de locales temáticos que buscan diferenciarse, y que no hacen más de que reproducir una pseudo-identidad propia; las paellas congeladas ‘maridadas’ con cubos de sangría coronados con 17 pajitas de colores y otras linduras, son las postales gastronómicas que se llevan la mayor parte de los turistas. Para comprobarlo no hay más que pasear por las Ramblas, El Raval, el barrio Gótico o el Borne de Barcelona, y se te quedarán estas imágenes Pop-pantagruélicas fijadas en la retina, que hacen que Rabelais se retuerza en su tumba. No nos engañemos, quienes acceden a los restaurantes estelados son sólo una minoría del turismo gastronómico, la gran mayoría de visitantes se con esa oferta.

Otra cuestión que nos puede servir como baremo de la calidad gastronómica para el turismo, lo podemos encontrar en los aeropuertos y bares de carretera, sitios por los cuales se mueven obligatoriamente los visitantes de la ciudad, para entrar o salir del país. Allí la cosa se agudiza aun más porque, a la mala calidad y poca variedad de productos y platos, que nada tienen que ver con la gastronomía local, se le suman precios abusivos.

Paellas congeladas y cubos de sangría, la gastronomía para turistas /Foto Godo Chillida para Los Foodistas©

El número de terrazas de Barcelona, correspondientes a bares, cafeterías y restaurantes aumentó un 15% durante 2017. Evidentemente los locales también hacen uso de ellas, pero este incremento está directamente ligado al del turismo foráneo. Además, entre los distritos que más han visto crecer las terrazas encontramos Ciutat Vella y Eixample, puntos calientes del turismo.

El uso privado del espacio público y el poco cuidado que se pone en buena parte de la oferta gastronómica para turistas, que se propaga por muchos barrios, son una muestra de la sobrexplotación turística y no una fobia. Ha quedado claro que la gastronomía es un atractivo turístico importante y a la vez sobreexplotado, y esta sobreexplotación tiene un impacto directo en la población. Las nuevas tendencias gastronómicas, con frecuencia, también se dan la mano con gentrificación de los barrios (como ocurre en Sant Antoni); el incremento de los precios; los establecimientos que sólo buscan hacer el agosto con turistas; la precariedad de los trabajos ligados a la estacionalidad y la distribución injusta de los ingresos que genera el turismo, son sólo algunas de las cuestiones que están sobre el tapete. Exprimir a los visitantes no es un negocio para nadie y tampoco expulsar a los locales para dejar espacio al turismo porque, en pos de la inmediatez, se termina desplazando o destruyendo la cultura gastronómica local que tanto se buscaba.

Las transformaciones producidas por la masificación de los viajes y viajeros afecta a la cultura gastronómica de las regiones afectadas, de eso no hay duda. Asimismo, el impacto no sólo se queda allí sino que su impacto produce una intensa transformación social y urbana, que es lo que está en el foco de la cuestión. Esto ya es un hecho y, hasta tal punto se ha vuelto un tema de reflexión, que en San Sebastián, se realiza la exposición Turismoak analizando las consecuencias de la controvertida suma: playa, comida y arte,

Turismo gastronómico sí, pero tener medida no es cuestión de fobias sino de modelos de relaciones humanas y sociales. Tal vez tendríamos que pensar para el turismo un modelo análogo al del Slow Food, una especie de Slow Turismo Gastronómico que promueva la dignidad cultural de la gastronomía. Aplicando los conceptos que Carlo Petrini otorga al Slow Food, se trata de poner de relieve un turismo bueno (para el territorio, la economía local), justo (con la distribución de ganancias y beneficios –no sólo económicos-) y limpio (respetando el medioambiente y las ciudades), . Vamos, lo que llamaríamos un modelo sostenible y armónico. Culpabilizar a quienes ponen el problema sobre la mesa, no sólo es injusto sino que tampoco aporta soluciones para un modelo de ciudad y de turismo (gastronómico o de otro tipo) que es, a las claras, explotador.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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